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De tres clavos y con las piernas cruzadas en majestad, la figura de Cristo, ya muerto, refleja las acentuadas señales de sufrimiento físico del martirio que, pese a todo, no se advierten en su rostro, humano, dulce, y con los ojos ya cerrados. Destacan las marcadas aristas y los angulosos pliegues del paño de pureza, que cae hasta las rodillas. A su vez, el acusado relieve escultórico se vuelve más notorio en el torso, lo que podría indicar la presencia de cierta influencia germánica en los modelos franceses que sigue el escultor. Impecable estado de conservación. Brazos restituidos en época posterior.